LAS LÁGRIMAS NO BROTAN

Quiero destruir mi locura con palabras. En el caso de que destruir no se pueda porque ya es una pared tan grande que no hay demoledora que pueda contra ella, por lo menos, poder lograr hacer que se vaya desarticulando, o pintarle un hermoso mural. Es que no se puede vivir una vida prolongada, lejos de la mediocridad, realizando proyectos, tomando conciencia de mis actos, disfrutando el momento, con tranquilidad, sin perder el objetivo, etc. todo eso de mano de cientos de complejos que van desde un simple juanete a ya directamente mi forma de ser. Es que no está clara la identidad, y cuando la identidad no está clara todo lo que se pueda hacer va a carecer de un sentido real para pasar a ser algo que se hace sólo porque es necesario hacer para seguir viviendo. Aunque también hay grandes momentos en lo que nada se hace porque es mejor no pensar a hacer cualquier tipo de cosa. Es una mentalidad de obeso. De obeso o de drogadicto, es decir, de enfermo. Pero más a tras de eso, toda una vida anhelada que se divisa como cuando se está en el auto yendo por la ruta, en un descampado: vos ves el final del camino, sentís que estás cerca pero jamás vas a llegar. Tengo miedo de jamás llegar. Tengo mucho miedo de quedarme siempre al costado del camino. Y al mismo tiempo siento que si sigo escribiendo sobre esto, es como que siento que estoy más cerca de lograrlo, pero que es una gran trampa porque si realimente lo pudiera hacer no lo necesitaría escribir. Sin embargo lo hago, porque sino es peor; prefiero, si no lo puedo vivir, por lo menos sentir que al escribirlo estoy más cerca. O un poquito más lejos de la muerte y de la inercia. Todavía tengo esperanzas de llegar al horizonte; el día que realmente compruebe que es imposible, ese día será el fin. Mientras tanto, prefiero seguir nadando: por esos momentos en que casi lo toco, vale la pena arriesgarse.