Elefantes corren furiosos por un bosque repleto de cipreses cubiertos por la noche, la brisa fresca. Me sumerjo en un lago cristalino, veo corales multicolores. Nado inmersa con movimientos lentos. Mi pelo se mueve en vaiven bajo el agua. Un calor hace transpirar mi cuerpo que se mueve a coro con el sonido. Repiqueteo. En el mar un pez salta formando círculos concéntricos que van desapareciendo. Repiqueteo. Remate. Silencio. Palmas que se juntan forman un ritmo rápido y monótono. Esas luces que salen desde abajo iluminan el escenario. Los rostros semi-inmóviles a mí alrededor, desentonan con mis manos que forman olas en el aire. Repiqueteo. Repiqueteo. Repiqueteo. El vaho se impregna suavemente en las pieles al son del redoblante. Una playa del caribe, las palmeras con sus cocos, el aire místico de las hojas moviéndose por el viento. Soplo desenfadado contra la parsimonia del ambiente. Un fuego que se ve en degradé en el medio de una ronda de cuerpos livianos que bailan una danza de gritos salvajes y caras pintadas, invocando al triunfo de la tranquilidad. Repiqueteo. Re-piqueteo. Re- piquete-o. Un campo verde, desnudo, atravesado por líneas de arco iris horizontales. A lo lejos pájaros fucsias que se mueven en todas direcciones, dibujando figuras en el cielo. Sobre el escenario, un señor imprime formas en el aire con sus manos (una cajita, cuatro dedos, o las sube y baja alternadamente), formas que hacen que los magos construyan una capa envolvente de sonido a través de sus instrumentos: cajas y bolas de madera. Repiqueteo. Remate. Silencio.
Palmas.
Miro al que toca las maracas. Está internado con el ritmo, me atrae, me gusta su forma de moverse, me gusta su rostro luminoso, su sonrisa abierta. Aumenta la velocidad. La sangre sube, mi cuerpo se agita. Veo líneas borrosas que se desdibujan. Fuerza. Ritmo. Me olvido de mi cuerpo que se pegotea de humedad y cenizas. Llegar a la máxima velocidad. Adrenalina transparente me recorre el cuerpo. Cubrir de movimientos el espacio. Yo no estoy ahí. El espacio se internó en algún rincón de un cuerpo. Los relojes se aceleran. Soy un barco de placer. Hay que llegar pronto, sin moverse. La sangre sube, la siento caliente, libero energía por la punta de mis dedos. Gotas de sudor caen por mi frente. Sólo líneas alcanzo a distinguir. Ya no estoy parada. Se va deteniendo. Silencio.
Palmas.
Un tambor, de a poco, comienza de nuevo a sonar. Lento. UNO, DOS, TRES. Pasto. Mar. Estoy toda transpirada y la garganta seca. Una lluvia que no moja cae del cielo. Hay olor a hierbas quemadas, a despojo. Repiqueteo. Corro por una jungla de árboles gigantes enmarañada entre la maleza y envuelta en barro. Repiqueteo. Repi- queteo. Cientos de hombres desnudos persiguen un reloj que no marca la hora. Remate. Silencio.
Palmas.
El oboe renace con su melodía árabe-volcánica. Suave. Me interno en ese sonido de crepúsculo. Cierro los ojos; lo quiero sentir bien adentro, en mis pestañas. Juego con la melodía y mi cuerpo. Busco movimientos que lleven mejor el ritmo. Golpeo una columna con mi mano, acompañando la música. Quiero ser yo también la magia. Repiqueteo. Re-pi-quete-o. Una batucada a orillas de un río, entre las montañas, en un pueblo patagónico. Ese aire a verano diseminado por la piel. Transportación. Recuerdo. Grito: tengo que sacarlo de mi cuerpo, hacer expansiva mi sensación. Invadir el espacio de mí. La gente alrededor deja sus dientes al aire. Es una fiesta. Una manta de música se adueñó de los cuerpos. Todas esas personas que son diferentes están unidas por hilos de sensaciones similares. Son zombis sonrientes moviendo las cabezas de arriba para abajo y los cuerpos flojos, incontrolables. Mi cerebro no manda señales; mi cuerpo sólo se mueve esclavo de la música. Una neblina parece enrarecer el lugar. Repiqueteo. Remate. Silencio.
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